sábado, 9 de enero de 2016

ALGO MÁS QUE LLENAR CUARTILLAS




(Alcance particular sobre el oficio de escribir)



Cuesta tanto escribir…darse el tiempo para ello en el momento justo que la emocionalidad lo requiere. Cuesta, porque cuando ello sucede, generalmente estamos inmersos en la estructura diaria y el tiempo para brindarnos un paréntesis es escaso o nulo. Más aún si de inspiración se trata: los destellos de ésta, los caprichosos guiños que nos brinda a través de una imagen, palabra o hecho, suelen ser tan breves como valiosos. Nos dejan -como flores en las manos- un concepto, una frase (tal vez el esbozo de un verso), junto a la urgencia de expresarnos en el momento mismo, ese que nos es siempre esquivo en horas o minutos que nos permitan verternos sobre el papel.

¿Falta de rigor del escribiente? Puede ser. Y seguramente lo es para quien escribe formateado por el hábito; para quien, pudiendo hacerlo, plantea las horas de su día de modo que le permita retirarse al santuario de su escritorio, sagradamente, para labrar el fruto deseado; mas, para el poeta, nada de ello valdría sin el sentimiento: aquél que logra el equilibrio perfecto entre idea, inspiración, oficio y sentir.

Así como llega, el asomo de un poema se puede evaporar en un dos por tres si alguno de estos factores no se conjugan debidamente. Podrán rebatirme, lo sé, y estarán en todo su derecho, ya que cada cual funciona por su método, pero, lo aseguro, cantidad más o menos de escritos apilados no certifican poesía. Ésta no depende de un asueto de reloj. No se mecaniza como crónica ni cuento breve. En ella no basta el dominio de un extenso vocabulario ni el sabio manejo de los recursos literarios. Un ojo atento, el acontecimiento actual, la denuncia precisa y hasta el lamento amoroso, tal como la vieja alquimia, necesitan de la piedra filosofal que convierta todo aquello en lo que ansiamos. Esta piedra es la emocionalidad, la capacidad de sentir, sin barreras predispuestas, que cada cual contenemos dentro de sí. Sin ella, todo escrito, por novedoso o perfecto que sea en su sintaxis, se percibirá frío; se leerá, tal vez, de un tirón y satisfará seguramente a nuestro intelecto, mas, nuestra sensibilidad permanecerá intacta, y luego de un par de días no conservaremos nada de lo leído o escuchado, excepto, quizás, un leve recuerdo de que “no era malo”.

Escribo esto, robándome una fracción de tiempo frente al teclado. Una, que si bien me permite esbozar este comentario, no consta de lo requerido para dedicarla a sintonizar las vibraciones necesarias para crear poesía. No podría. Ella, por muy manoseada que esté, merece todo el respeto de mi parte.

¡Y quién soy yo para pensarme poeta! No más que un ser humano en honesta y eterna búsqueda.



Amanda Espejo

Quilicura/ enero - 2015


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